"CUESTIÓN DE PALABRAS"
Art, 0190
El señor Dynamon, jefe de la sección de cultura, precisa crítico. Los que tiene, reclutados entre una inteligentzia de gabardina y pajarita, son un capricho, al igual que las manzanas reineta y, además, le están dando mal resultado.
Art, 0190
El señor Dynamon, jefe de la sección de cultura, precisa crítico. Los que tiene, reclutados entre una inteligentzia de gabardina y pajarita, son un capricho, al igual que las manzanas reineta y, además, le están dando mal resultado.
Va a una tienda de saldos.
—Envuélvame a ese.
—Oiga, que yo soy filólogo. En paro.
—Tanto mejor. Lo que tiene que hacer es cuestión de palabras. Sabrá de eso, ¿verdad?
—Yo, psss… si no es molestia, ese ordenador de segundo dedo (el filólogo es un loco de aliteraciones, cacofonías y demás florituras del lenguaje). Dicen que no hay escritor sin ordenador.
—(Al dependiente). Envuélvamelo también. O mejor no, me los llevo puestos, tengo prisa.
—Oiga, espere. ¿Y usted qué me dará a cambio?
—¿A cambio? La gloria de ver su nombre impreso. ¿Le parece poco?
A la semana (es miércoles y mañana pisa la dudosa luz del día el más que dudoso suplemento de arte), el filocrítico o filócrito tiene ya en su haber una constelación de palabras. Cada palabra es una hermosa botellita de cristal reciclable. Hoy está llena, mañana vacía, y pasado vuelve a estar llena, a gusto del consumidor. Ha consultado revistas, periódicos, libros y manuales diversos. Luego, siguiendo los pasos de Zola, se ha sumergido en la realidad más viva. Ha ido a todos los venissages a los que se puede ir durante una semana, los ha inventado, los ha soñado.
Al cabo de ese tiempo, en el caldero en ebullición que es su mente, se hace la luz. “¿Qué es el Arte?”, se pregunta. El arte es una de esas aceitunas que hay en los vernissages. Uno intenta pincharla y se escurre y se escabulle hasta que salta rebelde, hace cesta y punto en una de las copas de plástico llena hasta el borde de champagne. ¿Cómo atrapar la aceituna? Pues con una de esas botellitas de cristal reciclable. Tenía razón Dynamón. Es todo cuestión de palabras.
La noche del miércoles trabaja febrilmente. Al cabo de unas horas, llama a la puerta del vecino. Este es un hombre sin un ápice de seso, aunque dotado de excelente oído.
No entiendo nada, dice el hombre con una sonrisa de una sabia profundidad idiota en su cara, pero suena maravillóoo… (se demora) samente.
Postmoderno. Figurativo. Apolíííneo. Dionisiaco. Cada palabra es una vía láctea.
¿Y en ésta?, ¿en ésta?, ¿te has fijado en ésta? Repite el filócrito claveteando con el dedo un borrón en el papel. Esa ese sibilante de transssvanguardia. ¿No es hermosa? Bellísima.
Al día siguiente los lectores leen atónitos. En la columna están todas las palabras habidas y por haber. Pero, de qué está hablando. Qué significa. Nada. Eso es lo sublime. No significa absolutamente nada.
Los críticos, convencidos de que parodia la crítica, le elevan un monumento y afilan los instrumentos para seguir sus pasos.
El filócrito, hinchado de gozo y de palabras, revienta y muere en olor de santidad.
Su última palabra no es “Agua” o “Perdón”, sino “Transss…” y expira fascinado por la ese de prefijo.